– ¿Por qué quitas mi toalla?
Ya ha venido, el puto ciclado. Sabía que lo haría. El saco de músculos y testosterona inyectada se cree que el gimnasio es suyo. Estoy hasta los cojones de que acapare las máquinas mientras se hace selfies para Instagram
– La he quitado porque no estabas usando la máquina y me quiero poner yo.
Por algo este es el gimnasio más barato del barrio. Falta ventilación y el olor es apestoso. No es normal ver chicas entre los usuarios. Somos todos hombres, y estamos divididos entre los gordos o cuerpoescombros como yo, y los ciclados como el gilipollas que tengo ahora mismo enfrente. También hay algún viejo.
Los ciclados parecen pensar que nos hacen un favor compartiendo instalaciones con los demás, los parias. Aunque todos pagamos lo mismo. El dueño es de su grupito, y les encanta retarse entre ellos. Dar gritos mientras levantan el peso máximo que sus músculos hinchados pueden soportar… y mirarnos por encima del hombro a los demás. A veces, les veo comentar las penurias de alguno de nosotros sudando en la elíptica o haciendo ejercicios como podemos, nos desprecian.
Cuando decidí apuntarme, no imaginaba que este inframundo se parecería tanto al del instituto. El ciclado de la toalla se parece tanto al puto Javi… Veo su rostro prepotente y no puedo evitar recordar el día que se inventaron para mí el mote de “fanegas de Hortaleza”. Tres años soportando sus humillaciones y collejas hasta que por fin dejé de estudiar.
– Sí que estaba usando la máquina. – Me mira desde arriba, como si yo fuese un insecto molesto. – ¿Por qué iba a dejar la toalla si no? Levántate, que pierdo el ritmo.
¿Qué me levante? El trozo de mierda abusón ni si quiera es capaz de pedirlo por favor. Ahora, además, sabe que nos está mirando uno de sus amiguitos, y quiere dejar claro que está por encima de mi.
– No me sale de los cojones levantarme. No estabas usando la máquina y ahora estoy yo. Da gracias que no he tirado tu puta toalla al suelo.
El amigo se ríe.
Yo no sé por qué han salido esas palabras de mi boca. Es como si en lugar de al ciclado, tuviese a Javi enfrente, y me estuviese llamando fanegas otra vez, o jugando a tirarme gapos por la espalda.
Le odio. Noto cómo la rabia me sube desde el estómago y me nubla la vista. Este es igual que Javi. También cree que puedo ser su juguete, que estoy en el mundo sólo para que él y sus colegas se rían de mí. El corazón me late cada vez más rápido, y noto el temblor de las venas de mis sienes.
El ciclado me mira primero a mi con cara de sorpresa, y luego a su amigo, que tiene una media sonrisa. Debe tener un pico de testosterona, porque enseguida todo su rostro se enciende y se le abren mucho los ojos.
– ¿Pero qué dices de que me vas a tirar la toalla, subnormal? – Sube el tono de voz – No te doy una hostia porque estamos en el gym, pero muévete o te muevo yo.
Todo lo demás ocurre muy rápido. Ya no soy yo el que actúa. En el mismo movimiento de ponerme en pie, cojo una mancuerna y se la estampo en la cara. Empieza a salir sangre. Me mira sin creer lo que acaba de pasar. Le doy otra vez, y otra. Sigo dando con todas mis fuerzas. Suena un crujido. Se cae al suelo y yo me voy detrás de él, golpeando en el lugar donde estaba antes su cara y ahora sólo hay sangre. No puedo parar. Fanegas. Javi. Hijo de puta. Hostias, odio. Más hostias. Mi brazo se mueve sólo, golpeando una y otra vez. Sé que me están cogiendo por la cintura, que me elevan en el aire mientras pataleo. Mi cara está ahora contra el suelo, y muerdo una mano que tengo al lado con todas mis fuerzas. Más sangre. Gritos. No me puedo mover. Debo tener a varias personas encima, porque casi no puedo respirar. Y yo lo que quiero es seguir pegando, y no puedo, no me dejan.
2 respuestas
Entretenido relato; la doble redacción muy bien lograda. Todos hemos sido D.G.P. en muchos momentos de la vida, pero no logramos, o al tristemente, contenemos esos impulsos.
como se hace para recibir esta página siempre? gracias