Estamos saliendo del súper cuando aparece un vendedor de la ONCE. Nos mira sonriente tras las gafas más gruesas que había visto en mi vida y bajo su gorra verde; poniéndonos los boletos delante de la cara. El tipo parece majo, y no sé muy bien por qué, Lucía y yo decidimos comprar un número… 11 millones de euros. No es que nos haga falta, ni tampoco a Alba, nuestra hija, que no parece necesitar mucho dinero para seguir así de divertida. Pero de vez en cuando Lucía y yo disfrutamos comprando lotería y pensando en fundar ONG’s, en no volver a fregar un plato,  en viajar otra vez a lugares remotos… Así que el billete se viene con nosotros, guardado en mi cartera.

 

Al día siguiente, mientras Lucía da de cenar a Alba, yo, casi por aburrimiento, compruebo el resultado en internet… Lo miro varias veces y sí, ¡es el mismo número! De fondo, escucho la voz alegre de Lucía, jugueteando con nuestra hija.

 

Nunca sabes por dónde va a ir tu pensamiento en una situación así. Supongo que muchas personas se hubiesen puesto a gritar de alegría, otras no se lo hubiesen creído, la mayoría hubiera salido corriendo a la cocina a compartirlo… En mi caso, sin embargo, quedo paralizado; y sin poder controlarlo comienzan a pasar multitud de imágenes por mi mente. Este premio nos va a cambiar la vida a todos. Empiezo a recordar historias patéticas de agraciados por la lotería. Me acuerdo del camionero que se  fundió todo en cocaína, caprichos para tías buenas y coches… Pienso en su mujer, liada con un entrenador personal. Hay tantas historias de personas desquiciadas por el aluvión de millones… ¿Cómo afectará esto a los hermanos de mi mujer? Si ya de por sí son pedigüeños, cuando sepan que tenemos 11 millones más en la cuenta se van a volver locos. ¿Y a nuestros amigos? ¿Repartiremos el premio? ¿A quiénes sí y a quiénes no? Empiezo a marearme un poco.

 

Vuelvo a mirar el billete que lo va a cambiar todo y aunque sé que la reacción natural no es esta, continúo sin ponerme a dar saltos de alegría, sino que me sigo mareando. Pienso en mis objetivos en la vida. Con 11 millones debería dar para cambiar un poco el mundo, además de garantizar el bienestar de mi generación, la anterior y la siguiente. Eso sí, ¿querré mantener el mismo trabajo? ¿Me dedicaré a las ONG’s como fantaseaba ayer con Lucía? ¿Sabré distinguir de entre las nuevas sonrisas que me va a dedicar mucha gente, cuáles son las auténticas?

 

¿Y Alba? ¿Cómo será su vida como millonaria? ¿Estará cambiando su futuro radicalmente a raíz de este premio? De acuerdo con las historias que salen en televisión, tal vez su destino ahora sea el de una adolescente pija con plaza en algún centro de desintoxicación.

 

Sigo angustiado y vuelvo a mirar el billete. Me fijo en la fecha y mis ojos regresan a la pantalla del ordenador. El mareo se me pasa, doblo el billete, lo tiro a la papelera y voy sonriendo a ver cómo las chicas terminan de cenar.