El vacío siempre llegaba con el orgasmo. Entonces me sentía estúpidamente impelido a animar a la desconocida a quedarse a dormir; quizás incluso abrazándola para acompañarla en un sueño que para mi era imposible. Me sorprendía lo rápido que ellas entraban en el mundo de los sueños, con frecuencia emitiendo pequeños e irritantes ronquidos.

Aquella noche al orgasmo aún le quedaba tiempo para llegar, y yo todavía agarraba con firmeza el cuello de una chica que tenía las mejillas sonrojadas y gemía aparatosamente… supongo que con cierto aliento alcohólico, aunque ese detalle no lo recuerdo. Fue entonces cuando el teléfono de ella comenzó a sonar en el suelo, en algún lugar entre pantalones, calcetines y un vestido sin tirantes. La chica abrió los ojos de forma súbita; me empujó sin miramientos, y se lanzó a buscar con frenesí su aparato en el revoltijo. Cuando lo encontró, yo todavía transitaba entre la excitación y la sorpresa.

Aunque ella se apartó unos pasos de la cama, al otro lado del móvil se alcanzaba a escuchar una fuerte voz masculina, claramente alterada.

— Perdón… perdón… — Respondía la muchacha.-¿Nos has seguido? – Su expresión pasó a ser de horror — ¿Que te has colado en el portal? – Ahora, parecía a punto de llorar.— Es el segundo, la puerta de la derecha… Perdóname, por favor — Súplica.

La erección ya había desaparecido.

— Sí, sí, ahora te abro… — La chica salió del cuarto, dirigiéndose directamente a la puerta del apartamento, tras la cual la voz masculina parecía oírse ahora en el exterior; aunque lejana.— Por favor, no le hagas nada… Es un mierda cualquiera… — El mierda cualquiera cuya integridad parecía en claro riesgo era yo, obviamente.— Yo sólo quería hacerte daño… ¡Perdón!

Siguiéndola desnudo por el pasillo, por fin reaccioné cuando ella estaba abriendo la puerta del apartamento. Llegué justo a tiempo para cerrarla de un portazo, mientras los gritos y las pisadas ya se escuchaban inminentes. El sonido de la puerta al cerrarse pareció hacer que la chica reparase de nuevo en mi presencia. De las lágrimas surgió una mirada mezcla de sorpresa y asco.

– ¡¿Qué haces?! ¡Déjale entrar! — El individuo comenzó a aporrear la puerta, que no era de la mejor calidad ni estaba cerrada con llave.— ¡No me deja salir! ¡Cariño! –  gritó–  ¡Perdóname, por favor!

Las embestidas eran cada vez más fuertes y los gritos mayores. La chica forcejeaba por abrir una puerta que con cada golpe parecía más cerca de venirse abajo. La estructura no estaba preparada para ser aporreada de esa manera, y mientras trataba de contener a una cada vez más enfadada ex compañera de cama, calculaba los segundos que el picaporte tardaría en ceder. Aquello no parecía tener escapatoria…

De pronto, se escuchó al otro lado un sonido metálico, una especie de ¡clonc!. Los porrazos y los gritos cesaron de inmediato, y la joven aprovechó mi sorpresa para abrir de par en par.

Nos encontramos frente a frente con Adelina, la octogenaria vecina del piso contiguo. Embutida en su inseparable bata de franela, Adelina sujetaba una sartén de gran tamaño en la mano y nos observaba a través de sus también perpétuas gafas redondas. A su lado, el cuerpo enorme del hombre del teléfono descansaba inmóvil.

— Este va a tardar un rato en despertarse — Adelina miraba ahora hacia el cuerpo que tenía a sus pies. — Nena, haz el favor de vestirte y dejar de llorar, que antes de que este cesto se levante va a llegar la policía. Y tú — Ahora se dirigió a mi inclinando un poco la cabeza — Tan buenecito que parecías, siempre ayudando con la compra y dejando pasar… Y la que has liado.