La agenda me recuerda que hoy es el cumpleaños de Dani, y pienso que esta vez no le felicitaré. Todos los mensajes que se me ocurren llevan un reproche incorporado.

Felicidades. No sabía si escribirte pero espero que pases un buen día 🙂

Parecería una novia despechada… Y es que en el fondo, los sentimientos que he ido teniendo al ir viendo morir nuestra amistad se parecen al desamor.

 

En nuestra juventud, llegué a considerar a Dani mi alma gemela. Compartíamos vivencias, aventuras, sueños, ideas… Era genial tenerle al lado. Con los años todo ha cambiado, y aunque yo siento que me encantaría que siguiésemos siendo el uno para el otro una parte importante de nuestras vidas, está claro que él no.

 

Supongo que en la Antigüedad conservar las amistades era más fácil. Necesitabas a tus amigos para sobrevivir. Sí, había normas, acuerdos sociales… Pero los lazos familiares y personales eran mucho más importantes que ahora. Podías necesitar de un buen amigo para salvarte la vida en caso de guerra, incluso para despejar la puerta de tu casa en una nevada. Ahora que todo se puede pagar o acordar por contrato… Puedes llegar a viejo sin tener un solo amigo, aislado. Y la amistad, que tenía unas funciones tan imprescindibles, puede que ya solo se conserve por el gusto de tenerla. Y Dani parece que no siente ni ese gusto ni esa necesidad de seguir compartiendo. Al menos, no conmigo.

 

Dicen que Alejandro Magno se volvió loco con la muerte de su amigo Hefestión; y todo el mundo supone que es porque tenían algo más, pero no estoy de acuerdo en que tuviese que ser necesariamente así. Yo a Dani no me lo follaba, y lo amaba, lo amo todavía, porque era mi amigo. Una persona en la que podía confiar, sobre quien tenía la certeza de que nunca me traicionaría si las circunstancias le invitasen a ello. Si Alejandro Magno sentía eso con Hefestión, me parece suficiente para enloquecer con su muerte. Porque además, en aquel tiempo una persona como Alejandro debía necesitar mucho de un buen amigo, alguien con quien discutir los planes, cuyos consejos él supiese que estaban libres de interés, alguien que estuviese seguro de que no le vendería, con quien festejar los logros y llorar las penas. ¡Es tan difícil encontrar algo así! Y yo sentía que, salvando las distancias, eso era lo que nos unía a Dani y a mi.

 

Pero los años pasaron, Dani se echó novia, yo también, tuvo un hijo… Y empecé a notar que cada vez era más difícil vernos. Que siempre había una excusa que lo dificultaba y que si no era yo quien se esforzaba, él no iba a renunciar a aquello que ahora era central en su vida. Supongo que para Dani nuestra amistad fue algo muy bonito, pero que es parte del pasado. Que ahora sus prioridades son otras, más centradas en su familia. Es cierto que ya no compartimos sueños, ya no nos necesitamos en lo material, no podemos ayudarnos en nada que se pueda tocar; y seguro que eso también influye. Pero para mi todo lo que no se podía tocar era tan grande… Me producía una sensación tan intensa de ir acompañado en el camino de la vida, que ahora su ausencia me deja un vacío enorme.

 

Por supuesto, Dani no es la única persona de mi vida, y de hecho mi proyecto vital no es con él sino con Laura. Y con Laura la comunión, si es que esta palabra no es demasiado grandilocuente, es aún mayor porque formamos una familia, queremos envejecer juntos, lo deseamos. Y hay otros amigos que sí siguen aquí, incluso que he reencontrado con los años… Pero eso no hace que me resulte menos difícil de asumir la pérdida de Dani.

 

Así que no, hoy no le voy a mandar un mensaje de felicitación. Tampoco uno de despedida. Nuestra amistad quedará muerta pero sin enterrar. Quedará, siempre, un bonito recuerdo y una esperanza de que quizás algún día resucite, si las circunstancias hacen que vuelva a ser importante tener amigos.