Sabía que la noticia de la muerte de mi padre llegaría un día; y que lo haría de manera inesperada. Alguien tendría que decírmelo, y yo no lo habría visto venir, porque hacía años que él y yo no nos relacionábamos. A menos que enfermase de cáncer o algo similar, para mí ocurriría por sorpresa, como así fue. Una llamada de la tía luisa. Carlos, tu padre ha fallecido esta noche allí en Madrid. Hay que organizar el entierro. Vamos para allá, llegamos tarde. La abuela también vendrá.

 

Así que él y yo ya no volveríamos a hablar. La muerte se llevó por delante cualquier posible explicación profunda; si en vida una reconciliación parecía improbable, ahora era irremediablemente imposible.

 

En el momento en que la tía Luisa me dio la noticia, supe que iría al entierro y al tanatorio. Aunque después de pensarlo, decidí no ver el cadáver, o hacerlo a distancia. La distancia que él había decidido mantener entre nosotros en vida. Me parecía impúdico aprovechar ahora para acercarme a su cuerpo o incluso, como hacen muchas personas, besarlo o tocarlo. Desde aquel momento, la brecha entre mi padre y yo sería ya eterna. No sentí pena al constatar este hecho, pero sí una especie de nostalgia. Nostalgia por unas explicaciones que nunca recibiría. Por el niño que admiró a aquel hombre, que tanto le quiso, que tanto quiso parecerse a él. Por el joven que perdió la relación con su padre sin llegar a entender completamente por qué, y que se había quedado, ya definitivamente, sin explicaciones.

Cuando llegué al tanatorio, en la sala solo estaban la tía Luisa, la abuela y los primos Jorge y Raquel. Tuve que recordarme a mí mismo que había decidido no ver el cadáver para no acercare a la vidriera detrás de la cual debía estar el ataúd. Nos abrazamos muy serios. La abuela y la tía Luisa tenían los ojos rojos. El resto de la familia no había podido venir, me dijeron.

 

Había estado en varios velatorios, y probablemente este era el menos concurrido. Me pregunté si habría más personas en la vida de mi padre para quienes él fuese importante. Mi madre desde luego no iba a venir. ¿Y su otra ex mujer?  ¿Tendría ahora una pareja que tal vez ni si quiera sabría aún de su muerte? ¿Amigos de verdad? Por lo visto, había sido todo muy rápido; aunque sí que le había dado tiempo a avisar a la tía Luisa de que le habían ingresado, y ella había estado en contacto con el hospital desde el primer momento… Pero ahora ya no se podía acceder a su teléfono, y nadie tenía muy claras cómo eran sus relaciones personales. Si tenía amistades, amantes, negocios en marcha, pensé, todo quedaría en suspenso; y tal vez esas personas nunca sabrían lo que había pasado.  Puede que ni los vecinos llegasen a enterarse, a menos que se cruzasen con quien vaciase la casa.

 

Entonces, la tía Luisa me lo dijo:

Aunque fueron sólo unas horas, él sabía que se estaba muriendo. Me lo dijo.

No contesté. ¿Qué podía responder a eso?

Dejó una carta para ti. Está cerrada. No la he leído. Toma.

 

Así que de pronto, tal vez todo se aclaraba… o no. Tuve un sentimiento, una visión… eso que los psicólogos llaman un “insight”. Aquella carta ya no me interesaba. ¿A qué venía ahora escribir lo que quiera que fuese? Podía tratarse de cualquier cosa, desde unas palabras de constricción, hasta supuestos consejos, o peor todavía, reproches de última hora. Tal vez desvelase la existencia de algún hermano secreto, con quien me uniría tan sólo un vínculo genético y un capullo como padre común. Llevaba 15 años sin respuestas y ahora, incluso muerto, mi padre tendría el poder de decidir cómo terminaba nuestra relación y se quedaría con la última palabra… lo que quiera que fuese, eran recados de mierda. Ahí no podía haber nada que yo debiese leer.

 

Si quería evitar la tentación, debía deshacerme de ella cuanto antes. Apretando la mandíbula, y casi corriendo, me dirigí al cuarto de baño. Allí, con el olor a desinfectante inundando mi olfato, entré en el váter, rompí la carta en pequeños trozos y, antes de que fuese posible fijar la vista en alguno de los fragmentos con letra moribunda que flotaban en el agua, tiré de la cadena.