La chica era guapa, y además se sabía sacar partido. Las pestañas postizas y el pinchazo en los labios eran lo suficientemente discretos como para hacerla más llamativa, pero sin obscenidad. Con el pecho, pensó él, se había pasado un poco, pero claro, eso sólo lo descubrió una vez ya estaban en la cama; y seguramente a muchos hombres les gustarían aquellos implantes.

 

Por lo que le explicó durante la cena, concluyó que ella ejercía una especie de prostitución. Al menos eso fue lo que interpretó de sus historias. No con tarifas, sino algo más parecido a las clásicas mantenidas o a las jineteras cubanas. Ahora las llaman sugar babies. Aparentemente, con él esa noche sería gratis, aunque desde el principio le quedó claro que la cena y las copas no las iba a pagar ella, ni si quiera haría amago de compartir la cuenta. Pero no, no parecía esperar que le comprase un bolso o un Iphone por dejarse ver juntos además de unas sesiones de sexo y hacerse la impresionada o admirada por su dinero y su éxito profesional. Parecía que esa noche solo quería divertirse, y había escogido un tipo algo diferente a sus parejas habituales. Un tío al que soltarle sus historias y con quien mostrarse tal cual era, reírse y pasar un buen rato, para tal vez acabar follando en el baño de este restaurante, que según ella era bastante más cutre que aquellos a los que le llevaban esos médicos o empresarios que siempre le sacaban veinte años.

 

Le explicó que le gustaba el lujo. Que desde adolescente supo que La Fortuna se le quedaría pequeña. Que su colegio y su instituto eran una basura, y además no le gustaba estudiar, cosa que tampoco le hubiese resultado sencillo en un piso de cincuenta metros cuadrados, compartiendo habitación con una hermana, con la nevera en el salón y gritos constantes. Que se dio cuenta rápido de que generaba un efecto en los hombres, y utilizar ese efecto parecía la forma más fácil de acceder a ese mundo que tanto le atraía. A lo mejor, otras chicas se hubiesen conformado ennoviándose con algún niño pijo, y después con otro y otro, y así hasta casarse con alguno llegado el momento. Pero a ella los novios “de verdad” le desesperaban. En seguida querían meterse en con quién entraba o con quién salía, o se ponían nerviosos cuando llegaba el momento de que conociese a sus padres o a su círculo social, y le decían cómo tenía que vestirse o hablar de cara al gran día de las presentaciones. No; por ahí no iba a pasar. Prefería que se casasen con otras y ella ser la amante cara. Les dejaba claro que de primeras no se iba a acostar con ellos, pero que sí estaba dispuesta a dejarse invitar un fin de semana a Ibiza, y. ahí sí, compartir cama. Al final, ella era una pervertida, y si no eran unos inútiles, se lo pasaba bien. Con algunos incluso muy bien, dijo mientras reía. ¿El futuro? Ya se vería, por ahora estaba ahorrando y tenía algunos negocios en mente.

 

Había empezado la cena pidiendo un copazo, y a la altura del postre ya estaba borracha perdida; y la frase sobre los hombres que a veces le sorprendían en la cama fue el desencadenante. Le preguntó a él qué es lo que le gustaba; cómo excitaba a las chicas. No eres feo y te veo muy espabilado; seguro que quedas con alguna como yo del Tinder cada fin de semana. Así que él le explicó que sí, que era cierto, y que sin duda lo que más le gustaba era sentarlas en su cara para explorar con su lengua hasta dónde podían llegar, y ver cómo perdían el control. Que le encantaría follarla, por supuesto, incluso metérsela por el culo, pero que si le daban a elegir sólo una cosa, lo que él quería era descubrir sus orgasmos, y con un poco de suerte, encontrar alguna reacción de su cuerpo que ella nunca hubiese experimentado. Aunque me da la sensación que tú te conoces bien, no lo sé, a lo mejor no tanto como parece, tendremos que verlo. Ahora lo que voy a hacer es darte un beso.